Sentir ruido afuera y no tener ventanas

Alejo, a veces me pongo a pensar en revoluciones, aunque suene a mediocridad intelectual. Pero a veces he pensado, hasta qué punto una revolución hecha por ignorantes tiene posibilidades de desarrollarse positivamente, ignorantes en el sentido de gente no preparada cívicamente, gente que no lucha por el progreso democrático, por la institucionalidad, por la convivencia pluralista, sino por joder a los hijoeputas burgueses que los jodieron a ellos, y ahora ellos a vivir donde los burgueses y los burgueses a joderse como estaban ellos. Y de ahí salió nuestra élite gobernante, una longaniza de guajiros que sólo sabían disparar un fusil, eso fue lo que jodió la utopía. Si alguien les hubiera mostrado por lo menos que significa Utopía. Por eso Fidel pudo hacer lo que le salió del culo. Éste que mande, nosotros a gozar las piscinas de los hijoeputas y a darles patá por culo, y parece que otra vez tendremos la misma historia, ahora los comunistas a la mierda y los burgueses a regozar sus antiguas piscinas. Para el pueblo había salud y educación gratuitas, salario medio para todos y muchas ilusiones, que no cuestan nada. Y a inventar sistemas económicos y planificaciones con el dinero de los rusos, y a preparar guerrilleros en América, y si los americanos nos tiran la OEA, nosotros la subversión, y entonces más dinero de los rusos, y pa que vean, también en África, y a mandar reclutas para África a morir de bala o de sida, y al final Angola quitó el comunismo y todos los miles de muertos por gusto, y al final se cayó el campo socialista (o la comunidad, porque el campo era con los asiáticos) y siguió la salud gratuita pero sin medicinas, y siguió la educación pero sin un cabrón proyector con el que poder ver de qué color es la Mona Lisa. Y al final te enteras de que el avance creciente de la economía era un globo. Los extranjeros venían a Cuba y les molestaba (los latinoamericanos sobre todo) que la gente estuviera inconforme, aquí con todo subvencionado y ellos allá muriéndose de hambre. Pero no se daban cabrona cuenta de que nuestro problema era de ansiedad, de sentir ruido afuera y no tener ventanas, aburridos de que se nos dispusiera qué comer, dónde estudiar, dónde trabajar, cuándo ascender, cuándo opinar, qué noticias saber, qué libros leer. Cuántas veces discutí con esos solidarios de pacotilla. Con un boleto de ida y vuelta en el bolsillo apoyando a un gobierno contrario, y ni siquiera se preguntaban si nosotros podíamos hacer lo mismo. Comemierdas. O muy inocentes o muy comemierdas, que es más o menos igual.
Yo era de los que afirmaba que en Cuba había abuso de poder, despotismo y descaro, pero no corrupción, porque nadie robaba el dinero del Estado para hacer villas o para mandarlo a Suiza. Claro, nadie se hacía villas porque las cogían hechas, y era tan normal ver frente a las casas de los pinchos los ladas barrocos aquellos, cada uno compitiendo a ver cuál tenía más artilugios de afuera. Yo me ponía a compararlos cada vez que regresaba de la playa, pero nunca me puse a pensar por qué tanta ostentación. Era la manera socialista de mostrar prestigio. Esas eran las limusinas de esos pobres diablos. Y la finca urbana de media cuadra de Pedro Miret, con un muro como el de Berlín del que salía olor a carnero y gallinas. Y el palacio del comandante Raúl Curbelo convertido después en hotel ilegal para extranjeros por su exmujer, en plena revolución. Esos tipos eran como la babosa, que va dejando su rastro baboso, pero ellos iban dejando casas después de cada divorcio, todo eso era cotidiano e irrelevante, y como nadie se escandalizaba, ahora los nostálgicos ni siquiera lo van a recordar. Dentro de un tiempo, cuando los nostálgicos se recuperen del choque, querrán hacer de esos descaraos mártires purificados como el Che. Pero Cuba no es muy fructífera para el cultivo de mártires modernos. Siempre fueron los extranjeros los que más usaron los sellitos y los pullovers del Che, a los cubanos les interesaba más venderlos.
Esto es una meditación sin sentido, pero es como conversaciones que deberíamos tener sentados aquí en en el balcón tomando refresco, o sentados en los macdonal del malecón. Pero tú, mi socio de espera y sueños, me has dejado hablando solo. Yo que tanto soñaba con meter los primeros gritos juntos, y abrazándonos con tus ojos húmedos por haber perdido tu juventud en un país que no querías, todos esos planes del primer día que nos arreglábamos y que ahora pudiéramos haber vindicado. Por eso te pido que me respondas, por lo menos para saber que estás bien.

Tu hermano.



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