Después de Fidel. La Habana

9 spt.

Alexis, hoy tengo otro chance para contarte cosas, y así hablo con alguien que no las sepa. Estoy saliendo a la calle casi todos los días en bicicleta para consumir cada minuto de todo esto, una sorpresa constante a la que hay que irle mordiendo pedacitos para masticarla bien. La característica general es la gente en la calle, haciendo bulto por cualquier cosa. Un grito, alguien que habla un poco alto, y enseguida se le reúnen oyentes. Es como si todo el mundo estuviera esperando a alguien que se le pare tras un micrófono a explicarle lo que sucede y lo que hay que hacer, y muchos niños, niños con los ojos siempre ávidos por entender qué ha pasado en el mundo de los adultos.
Ayer estuve en 23 toda la tarde, la calle está llena de papeles rotos, pedazos de carteles improvisados con cualquier arenga de cualquiera de las comparsas que se forman de vez en cuando, casi siempre más carnavalezcas que políticas. Y muchos guajiros con sus camioncitos viejos, vienen a vender vianda y después se quedan esperando a ver los tumultos de la capital. Me estuve acordando tanto de cuando sí había que arriesgarse. Aquel desfile de ropa negra del 89 que nunca se hizo, estuve toda la tarde con Ana sentado en el Siete Mares, los dos vestidos de negro esperando a que pasaran la gente del taller de serigrafía para unirnos a ellos. Y nada. El “régimen” tenía sus mañas, llenaron 23 de timbiriches y orquestas y la gente a bailar y a comprar cerveza, este pueblo que siempre se calmó con un pedazo de pan en la boca. Ni un solo vestido de negro pasó. Y nosotros dos allí, como el ridículo botón de prueba de la resignación, ni siquiera un policía nos pidió el carnet. Creo que de toda esa gente que pateaba 23 los únicos que sabíamos que se iba a hacer una marcha éramos nosotros. Por cierto, sigo vistiéndome de negro, de vez en cuando, ya son 17 años, pero ahora no es por luto ni un carajo, es que tengo una pila de ropa de ese color y no la puedo botar.
Voy a cortar aquí, hay que salir a buscar comida, y en la casa no pueden ver que alguien esté encerrado escribiendo, es como si escribir fuera dormir.

Tu socio
Rigo

Escribe.





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