Sábanas blancas

11 oct.

Alejo, coño, hoy sí te perdiste algo lindo de verdad. Te estoy escribiendo a la una de la mañana, después de haber asimilado bien un suceso hermoso, un acto de desagravio a los presos políticos que se convirtió en homenaje a todos los presos de conciencia de la historia cubana. Fue en la plaza cívica, junto a Martí, y todos los edificios de alrededor fueron cubiertos con unas gigantescas sábanas blancas (no sé de dónde habrán sacado tanta tela, me imagino que de Estados Unidos). Eran como banderas, pero blancas, iluminadas de un edificio a otro por reflectores muy potentes. Nada fiestero ni espectacular, sólo las grandes banderas. En la base del monumento apenas se montó una tarima, con un micrófono de pie, y los invitados casi todos con guayaberas blancas o trajes de colores claros, el locutor de la tv explicó que había sido una petición especial de los organizadores el color de la ropa.
El acto empezó a las 10pm. Primero empezaron a salir palomas, pero no de un montón y de golpe como antes. Empezaron a aparecer cruzando los haces de los reflectores, salían de todas partes, en silencio, sin himno ni otro aviso, muchísimas. Entonces, cuando ya no se veían casi, poquito a poquito comenzó a filtrarse una grabación de aleteo de palomas por los altoparlantes, y sobre este sonido tenue, los de la tribuna comenzaron a cantar el himno nacional, no creo que haya sido espontáneamente, pero así lo pareció, porque empezó sin fuerza y después fue cobrando potencia, hasta que se les unió la gente en la plaza. Qué fuerza, hermano, te parecerá romanticón, pero yo también canté bajito encerrado en mi cuarto. En la sala lo estaban viendo en colores, pero yo me encerré con un viejo televisor para disfrutarlo a mi manera, y me di cuenta del tiempo que hacía que no cantaba el himno, cuántas palabras se me han olvidado. Antes cada vez que lo escuchaba me sonaba a retórica y mierda patriotera. Lo que todo el mundo tiene como símbolo de identidad, para mí era la fanfarria de entrada para el Amo de la Palabra, era una música no mía, era de él, nos la prestaba por un rato. Qué emocionante hubiera podido ser para mí en aquella época escuchar el himno cada vez que un cubano ganaba una medalla en la Olimpiada, por ejemplo. Pero cada vez que sonaba el himno era un triunfo para nuestro comandante, que después se encargaba de hacer ver que esa medalla era gracias a la revolución, y la revolución era él. Yo hablaba con Ana cuando estaba delante de su papá y de su hermano, fidelistas los dos, para decir mi opinión sin que fuera una confrontación directa. Ponía una adivinanza: –Si la revolución no es Fidel, entonces ¿quién es? –El pueblo. –Bien, entonces ¿por qué Fidel dice "una vez más la revolución tiene que agradecer a su pueblo”? O "la revolución sabe que puede contar con este pueblo”, o los Raúl, Lage y Co. con “la revolución deposita una vez más la confianza en sus hijos”. Toda esa mierda amargó durante mucho tiempo una pequeña felicidad que yo hubiera disfrutado junto a mi familia o mis amigos: las victorias deportivas. Llegaba algún evento importante y empezaba mi mal carácter. Todo el mundo en la casa jubiloso y yo amargado, porque además me daba vergüenza que descubrieran mi antipatriotismo.
Bueno, lo del acto. Una cosa inesperada fue que le rindieron homenaje también a los reprimidos de antes del 59, quizá porque era muy grosero saltar desde Martí hasta la revolución, pero eso estuvo muy acertado, no mencionaron sus nombres, sino su existencia, el único nombre fue el de Martí. Todo sin rencor (al menos evidente), con una semántica que se distanció de la bullanguería de los nuevos comecandelas de hoy, y sin recontextualizar frases de Martí para exacerbar a la gente, que tan poco conoce a Martí. Aquí nadie conoce a Martí, Ale, por eso pudieron manipularlo tanto tiempo. Por ejemplo, eso de decir que Martí nunca creyó en el multipartidismo y por eso creó un solo partido. Qué imbécil, y cuántos debía crear ¿cinco? ¡Pero lo más jodío es que en El Partido Revolucionario a Cuba Martí deja claro que ese no pretende ser el único partido! Y cuánta gente tú crees que ha leído eso. Antes no leían a Martí, ahora no hay tiempo ni necesidad de libros.
Bueno, para teminarte por fin lo del acto. Al final del discurso, la madre de uno de los presos que murió en la cárcel leyó una carta que el hijo le envió cuando estaba preso, una carta sentida, como para terminar una conmemoración. La mujer la leyó bajito, sin ánimo de arenga, estaba allí sólo leyendo la carta de su hijo, pero en la plaza empezó a subir el clamor ¡Justicia! ¡Justicia! Se oía espeso. Ya sabes, aquí eso quiere decir ¡linchamientos, linchamientos! Me acordé de cuando Ramiro Valdés se subió en el techo del carro frente a la embajada del Perú en el 80 y las diez mil voces empezaron a corearle ¡libertad! ¡libertad! Yo estaba a cuatro cuadras y la expansión del clamor llegaba como el principio de una tormenta. Nunca en mi vida había sentido una cosa tan espesa en el aire como aquello.
Lo del acto. La señora terminó y se quedó allí, escuchando, sin que nadie le dijera venga por aquí, señora. Los imbéciles de la televisión con el zoom pegado a ella mientras se terminaba el acto. Cuando levantaron la cámara, ya había una tela o un mural -que no sé cómo izaron porque no se vio- detrás de los invitados, que decía “La palabra embaraza cuando no se puede decir con ella todo lo que se tiene en el pensamiento“ José Martí. No sé si lo habrán quitado ya. Ojalá, para que no empiece a servir Martí otra vez como porta consignas.

Oye, ya no sé cuántas cartas te he mandado para allá. Escribe, coño. Tu hermano.



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